La isla de las piezas de ajedrez perdidas

¿Queréis saber un poco más de otro de los personajes de «Nosotros, criaturas abisales? Ella es Virginia, protagonista de «La isla de las piezas de ajedrez perdidas».

Virginia tiene un trabajo que dejó de motivarle hace mucho tiempo, una carrera de pintora truncada incluso antes de comenzar con ella, una madre que pisotea su autoestima cada vez que puede, un ramillete de fracasos sentimentales bajo el brazo y un balcón en casa que le sirve de isla para refugiarse del resto del mundo. Virginia es una pieza de ajedrez perdida, una reina que no sabe muy bien hacia dónde moverse ni cómo, hasta que un día coincide con Carlos que, venido de otra isla, se topa sin querer con la costa de su soledad.

A continuación podéis leer un pequeño trozo del relato que formará parte, en su totalidad, de «Nosotros, criaturas abisales«:

«Virginia adoraba salir a su balcón repleto de plantas para sentir la suave brisa de su pequeña isla particular. Aquel era el espacio donde, sana y salva, se sentaba a desconectar del resto del océano de asfalto que se cernía bajo sus pies. Sólo ahí se sentía libre y con la suficiente fuerza como para abandonarse del todo y dejarse llevar por la marea sin ningún miedo a ahogarse.

Por el contrario, aquella calurosa noche Virginia abrió una botella de vino y se sentó en la butaca del balcón sintiéndose náufraga en su propia isla. No llevaba más de media botella cuándo empezó a notar decenas de recuerdos, que no sabía o no quería apagar del todo, abrasándole por dentro como rescoldos de fogata. Recuerdos con nombre propio que luchaba por reducir a cenizas para, luego, soplarlos y que se los llevaran las olas; recuerdos que esperaba que fueran cazados por una gaviota y lanzados a la profundidad de aquel océano asfáltico, pero que, en el fondo, seguía atesorando entre sus manos desde hacía ya dos meses.

Virginia, apurando la botella de vino hasta la última gota, se levantó tambaleándose, se dirigió hacia la mesa del comedor, cogió papel y un bolígrafo y, volviendo de nuevo a su isla, se puso a escribir con letra difusa:

            «Si el ayer fue mío y el presente también, no voy a dejar que nadie me arrebate el futuro. De ninguna de las maneras».

Una vez firmado, Virginia metió el papel en la botella vacía y cerró los ojos mientras visualizaba, una vez más, aquella isla de su balcón. Respiró profundo y, tomando impulso, lanzó la botella con el mensaje al mar de asfalto que se expandía ante su mirada. A los pocos segundos un estallido de cristales resonó en la calle».

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