Ayumi

¿Preparados para conocer otra historia más de «Nosotros, criaturas abisales«?

El protagonista de «Ayumi» vive en Tokio; una ciudad enorme y repleta de caras extrañas con las que no logra congeniar. Apenas ha hecho amigos debido a su carácter introvertido y a que está de paso gracias a una beca de investigación. Una noche se despierta y se encuentra con una chica que, en medio de la cocina, bebe té y le mira fijamente. Ella resulta ser Ayumi que con su piel de medusa y una cicatriz en el cuello le hipnotiza de tal manera que, lejos de sentir miedo por su espectral presencia, acaba rendido ante ella. Poco a poco Ayumi se irá convirtiendo en imprescindible en su vida, hasta que un día, de la noche a la mañana, Ayumi desaparece dejándole sumido en el desconcierto y en una  frenética búsqueda por volver a recuperarla. ¿Quién es Ayumi? Sólo al final logrará descubrir quién es realmente.

Aquí podéis leer un pequeño adelanto de «Ayumi», uno de los relatos pertenecientes a «Nosotros, criaturas abisales«:

«Al año de estar en Tokio conocí a Ayumi. Una noche, después de hacerme la paja de rigor, apagué el ordenador y me dispuse a dormir no sin antes tomarme unos minutos. Los sonidos de las noches de Tokio son lo mejor de la ciudad. Cuando estás casi convencido de que vives en un sitio sin vida alguna, llega la noche y te hace cambiar de opinión. Los coches, los puestos ambulantes, la poca gente que disfruta de verdad, los perros; todo conforma un entramado de sonidos que, poco a poco, se convierte en la mejor nana para quedarse dormido. Cuando estaba a punto de conciliar el sueño algo me despertó. Al principio creí que era el sonido lejano de una noria, pero, conforme fui tomando tierra, supe que era el tintineo del microondas. Me levanté poniendo los dos pies al mismo tiempo en el suelo y me dirigí hacia la cocina, encendí la luz y la vi con una taza en la mano. Era ella. Era Ayumi. Lógicamente al principio no supe quién era aquella chica que, descalza y con un vestido de tirantes verde, me miraba ensimismada dentro de mi propia cocina. No sentí miedo, ni siquiera tuve ganas de gritar o de ir corriendo al teléfono para llamar a la policía, sólo me invadió una inmensa curiosidad por saber quién era aquella desconocida y qué hacía allí. Ayumi, que en aquel momento no tenía ni nombre, me miraba con ojos inexpresivos. Su piel era casi transparente, del color de una medusa del Pacífico, y sus pies descalzos apenas tocaban el suelo. Tenía una cicatriz en la garganta color teja que, al principio, creí que era una especie de gargantilla hasta que, suavemente, pegó un sorbo de té y empezó a brotarle por la garganta una pequeña cascada de líquido marrón«.

Deja un comentario

Blog de WordPress.com.

Subir ↑